lunes, 18 de abril de 2016

Quemar la Noche

Se miró los nudillos. No le dolían. Muchísima sangre. Muy poca suya. Arrancó las astillas que tenía clavadas. Eran trozos de hueso. Se pasó las manos por la cara. El sudor y la sangre estaban a punto de sobrepasar sus cejas. El corro de gente. Todas sus bocas en forma de "o". No era capaz de reconocer ninguna cara. Sólo la de ella. Apoyada aún en la puerta. Sin terminar de creérselo. Bajó la mirada. Él estaba allí. Lo que quedaba de él. Su cara era poco más que pulpa. Todavía manaba sangre.

Regresó donde estaba su amigo. Y algunos colegas. Hicieron como que bailaban. Al menos él no bailaba. Ellas sí bailaban de verdad. Mucho humo. Poca luz. Algunos pocas luces. Echó un trago. Un empujón hizo que se cayera. Y el cubata también. Ya venía cabreado de casa. Se levantó. Lo cogió por la pechera. Recibió un cabezazo. Contestó. Los echaron.

Miró dentro de su cartera. Veinte euros la habitaban. Se acercó a la barra. Se abrió hueco. Educación y codazos. Llamó la atención de un camarero. Levantando la mano. Pidió un whiskey con seven-up. Esperó. Volvió a verla bailar. Oyó el vaso siendo puesto en la barra. El camarero echó tres hielos. Pidió que le quitaran uno. Tres dedos de líquido amarillento-marrón. El resto con gas. Le apetecía de verdad.

Las cervezas le habían astillado. Quizás los chupitos también. Quizás los porros también. Quizás la música también. Quizás la compañía también. Quizás la rabia también. El día que llevaba. La vida que llevaba. La gente que le molestaba. La gente que le faltaba. La gente que quería organizarle la vida. Sin preguntar. La gente que opinaba. Sin opinar. Devaneos. Mareos. Meadas. Arcadas. Todo dando vueltas. Cuando se dio cuenta ya estaba allí. De alguna manera empujado. Por los colegas. Terminó por entrar.

Se observó desnudo. Antes de entrar en la ducha. La música en el móvil. Retumbaba. Estaba lleno de arrechera. Ni siquiera bailó. Se metió en la ducha. Agua caliente. Onanismo. Jabón. Relax. Todavía quedaba rabia. Terminó de secarse. Se vistió. El móvil sonaba. Whatsapps. Iban a salir. Estaba listo. Estaba furioso. Quemar la noche. Más bien quemarse. ¿Ardería?

lunes, 11 de abril de 2016

La Hora de la Siesta

Quería aprovechar la hora de la siesta, cuando todavía no han salido los demonios y las brujas pero seguís adormilados, para contaros algo que os calara bien hondo, algo que se quedara en vuestro subconsciente, un texto tal que no supierais si lo habéis leído o es un recuerdo falso forjado un día cualquiera en un bar de mierda cerca de las cinco de la mañana. Unas palabras de esas que podáis decir siempre "me suenan", pero que nunca sepáis exactamente de qué. Unos párrafos sencillos, pero de los que pudierais hablar con cualquiera, de esas cosas que uno a veces hasta finge que sí que las conoce por no quedar mal, parecer imbécil o ignorante, siendo la mayor muestra de todas esas virtudes el hecho de no reconocer que se desconoce aquello que se finge conocer. Por eso quise elegir la hora de la siesta, para que pudierais escudaros en ese hecho y así yo también pudiera refugiarme en las horas que son para afrontar las críticas por un texto que no es tan bueno como debería, pero que sin embargo sigue clavado en algún punto de vuestra mente como una cancioncilla recurrente. ¿Por qué? ¿Y yo qué sé?

La puta hora de la siesta, que para algunos son quince minutos, para otros dos horas y para otros no existe porque nos sienta peor la siesta que un vodka de cuatro euros. Como iba diciendo, me gustaría escribir algo tan fascinante y volátil como los pellejos que salen a ras de uña, que no duran nada y sin embargo al quitarlos dejan una herida, una huella en tu piel, algo que todas tus células conocen pero que ya no está y que se repetirá una y otra vez como un salmo raro. Me gustaría que dentro de veinte años alguien me preguntara que por qué escribí esa entrada del blog y haberla olvidado ya, pero que siga dentro de mí y dentro de quien la haya leído. Para conseguir esto quería aprovechar el efugio del sopor de la siesta y colarme en vuestro duermevela como un Freddy Krueger de postín, que leyerais esto sin enteraros bien de qué va la cosa y el retrogusto de las letras apuñalara vuestro paladar. Quería, a fin de cuentas, escribir una cicatriz, de esas de las que sólo se acuerda uno cuando duelen por lo que sea.

Soy cobarde y por eso tenía que escribir esto en este momento. Si os pillase con las pilas al cien por cien, con la atención dispuesta a ser concentrada en lo que queráis, este folio sería otro cualquiera. No soy tan bueno haciendo esto como para colarme en vuestro cerebro sin que esté en un estado más frágil que de costumbre. Esa vigilia que os envuelve ahora mismo es el puente que me permitiría hablar con la voz que suena en vuestra cabeza mientras leéis esto. Quería alcanzar por las letras aquello que vetáis a la voz y a la cara y para ello pensaba aprovechar la hora de la siesta. Quería hacer algo increíble y hacerlo con premeditación y alevosía, quería joderos la siesta y parte de la vida, clavaros una espina en un pliegue de vuestra masa gris, construir un resorte sin palanca ni fecha de activación, echaros en las narices un soplo de burundanga que os hipnotizara y os dejara a merced de mis frases.

Todo eso quería hacer, pero al final se me pasó la siesta.

domingo, 3 de abril de 2016

Es Difícil

Salió a la calle con los cascos puestos y entonces mi madre interrumpió este relato para preguntarme algo de un botón del mando de la televisión nueva. Él seguía en la calle, esperando a que yo escribiera qué era lo que iba sonando en sus cascos, pero mi hermano justo en ese momento contestó al whatsapp que le escribí a las 18:10. En fin, que el tío este iba escuchando... Me cago en la puta, ahora llama mi tía al fijo. Que va escuchando unas bases libres que ha encontrado por internet. Lleva unos meses planteándose empezar a rapear o a intentarlo, aprender a rapear sería lo correcto, pero él no lo dice así. Su cabeza se va fragmentando y mi madre vuelve a interrumpirme para que mire un perro que está saliendo en la tele. Como iba diciendo, su cabeza se va llenando con un baile de fractales, imágenes sin fin que mi madre interrumpe otra vez por el puto perro, incluso mientras escribo mirando al perro me insiste en que mire al perro. La verdad es que el perro es muy salaíno, pero ahora estoy a otra cosa, creo que no es difícil de entender. Su cerebro está en un viaje ácido, sumido en una espiral que avanza pero que parece no tener fin. Sin embargo le jode, no quiere ese viaje. Quiere que las palabras se le agolpen, que se unan para linchar su masa gris, que formen una batalla campal salpicando tildes y acentos por las paredes de su cráneo. Una maldita masacre y que, al final, los supervivientes se agrupen de tal manera que las rimas salgan solas.

No es tan fácil como parece escuchando a los que lo hacen, con la escritura pasa lo mismo. Lo que ocurre es que mi madre quiere que vuelva a mirar la televisión porque informan de la última victoria del Barça de baloncesto y por si no me había enterado, que a mí me gusta mucho el basket, pero joder, estoy escribiendo o intentándolo al menos. Nuestro protagonista no se frustra, pero tiene prisa y ésta no es buena compañera en estas lides, quiere correr antes de andar y corre, quiere que le salga a la primera y le sale cuando le sale, como a todos. Pero es que tiene un presentimiento, cree que tiene las herramientas y las ideas necesarias para hacerlo perfecto, es una misión divina, su propio dios quiere hablar a través de sus canciones. Es sólo cuestión de tiempo que consiga canalizar el mensaje que debe transmitir. Lo que no termina de entender es que Noé tenía los materiales, el conocimiento y las herramientas para hacer el arca, pero aún así su dios le dio tiempo para hacerla.

No se valora el ensayo. La sangre joven quiere imprimir la energía con la que recorre sus venas en todo lo que él hace, plantando en los surcos de su cerebro la idea de que es mejor estamparse contra el muro y ver si lo atraviesa que pararse a pensar cómo sortearlo. Una suerte de carpe diem imbécil, en pausa porque mi tutora me llama por teléfono para recordarme que mañana he de ir a recoger los papeles de las prácticas. Un ansia de hacer, hacer, hacer, hacer buscando hacer bien lo que se hace. ¿Cuánto más fácil y más perfecto sería el resultado con la preparación suficiente? Eso ni se plantea, la vida es corta y se escapa todo aquello que queremos. Tiene 26 años y la sensación de llegar tarde a todo, de que se le acumulan las sensaciones acreedoras que esperan que las viva. ¿Qué coño va a hacer a los 40? No puede evitar la presión de los grandes que a su edad ya habían grabado su nombre con oro en la historia y se la suda que le digan que eran otras épocas con menos competencia y más oportunidades, donde todavía estaba todo por hacer y una idea mediocre podía llegar a la cima, no como ahora, que las fronteras se llenan de pisadas de genios sin patria que fueron vendidos a quien pudiera pagarles algo, lo que fuera, con tal de seguir vivos.

Su cabeza lleva un rato en blanco y la mía también, ahora no me distraía nadie, simplemente me quedé en la suma de todos los colores, sin que el chispazo de las neuronas alcanzara el final de la etapa que se encuentra en mis dedos. Creo que lo voy a dejar aquí, si él termina lanzando su mensaje ya lo escucharemos por ahí, si yo termino lanzando el mío, ya lo leeremos por ahí.