miércoles, 21 de septiembre de 2016

Casi Casi Enajenante

Quise revolver un estómago tranquilo por todos esos rollos tácitos que golpean los barrotes intentando escapar de la almohada. Comencé la cuenta atrás de las latas de cerveza y me perdí. Espiral y paranoia, reducción del lenguaje a lo binario, sí, no, yo qué sé. Bloqueo del escritor, despachando al humorista, improviso una suerte de canción, todos siguen pensando que sigo siendo yo. Termino la fachada y desmonto los andamios, intento mear un árbol. Escucho a demasiados fans hacerse fotos a mis espaldas, por mucho que les jure que es mentira lo que han leído en Wikipedia. Al final de la jornada me duele todo el cuerpo de sentirme aletargado, así que el resto de la semana tiro de resaca. Ordeno mi mente, aparco coches que intentan atropellarme y acudo a reuniones que me mantienen por encima de la soga. Vamos a sentarnos a la orilla de la hoguera y te cuento otra historia, no perdamos la costumbre.

Estaban allí sentados, mirándose, sin hablar. Hacía tantas horas que estaban así que a los dos se les habían dormido las piernas. Tan sólo algún parpadeo esquirol interrumpía el contacto visual, amparándose en no sé qué mierdas de que por mucho que apoyara la acción debía preservar el globo ocular o todo se iría al infierno. El centelleo del fuego de la hoguera que se esforzaba por llamar la atención no lo conseguía, pero sí que iluminaba sus rostros, produciendo luces y sombras, que quizá era lo que andaban buscándose en esa larga plática muda. Diríase que no había más lenguaje que el crepitar de los aullidos de la madera consumiéndose y el runrún de las células que no entendían qué diantres hacían esos dos. ¿Cuánto iba a durar esta tontería? Seguramente no lo habían pensado en ningún momento, así que cabía la posibilidad de cometer un error que se convirtiera en deuda como por arte de tropezarse dos veces con la misma piedra y doscientas con otras tantas. Es muy probable que alguno de los dos pensara en arrojarse por encima de las llamas y abrazar al otro, o estrangularlo, o comerse a dentelladas frenéticas la carne de su barbilla, o echarle el vaho en la frente, o zambullirse para siempre en la galaxia que hay pasada la córnea, donde llevaban horas llamándose a voces sordas. Un forzado cambio de postura con las piernas torpes exanguinadas hizo que se derramara el vino por fuera de los labios. Sintió que se iba y trató de acercarse, la falta de circulación le hizo desplomarse como la estatua de un dictador el día de la liberación, con una suerte aciaga que dejó su cabeza sumergida entre las brasas como una cuchara entre granos de café. Se revolvía, tratando de impedir que la otra parte de este diálogo se marchara, pero su cuerpo aún notaba los atascos de la sangre dormida. Nadie apagó las brasas, seguía allí quemándose, seguían allí observándose. Comprendió rápido que el cambio de postura había sido casi un acto reflejo, como ese parpadeo que se entrometía cada poco tiempo. Se precipitó y ahora se estaba haciendo. En cierto modo aún les quedaban insultos que decirse en ese debate ciego. Ambos dejaron pasar un rato, pongamos diez minutos de cortesía o lo que tardaron en recobrar el control de sus piernas y la capacidad de ruborizarse y se fueron sin mirar atrás. En cuanto dejaron de sentir la fuerza gravitatoria del uno sobre el otro fue cuando la hoguera se apagó, dando chispazos con los "hasta luego" dichos por la calle, obligando a las brasas a humear con un simple "me acordé" y finalmente añadiendo leña proveniente de los desplantes acostumbrados a sacar los pies del tiesto.

Jaque mate. ¿Tú crees? Claro, no tienes opciones. Démosle la vuelta al tablero. Eso sería hacer trampas. Ya lo sé, ¿qué te importa eso? Hombre, pues si te gano y ahora le das la vuelta al tablero has convertido mi esfuerzo en el que tú no has hecho. Creo que no me estás entendiendo, no hablo de girar el tablero de manera que tu lado sea mi lado. ¿Entonces? Pues de darle la vuelta. ¿Te refieres a quedarnos con la parte de abajo? Sí. Pero así no podemos jugar a nada. ¿No? No sé, ¿a qué podríamos jugar? Al ajedrez no, desde luego. Por eso digo. Yo pensaba en inventarnos algún juego y ya está, uno al que pueda ganarte alguna vez, maldito cerebrito. Sabes que no puedes ganarme. Si estás sobrio no, claro... ¡Ah no, eso sí que no! Venga hombre, enróllate. No voy a volver a jugar a ningún juego de esos tuyos de beber. Va, sólo una vez más. Que no, joder, además a eso también te gano yo. ¿Cómo dices? A ver, esos juegos sólo valen para emborracharse, ¿no? Pues siempre acabo yo más borracho que tú. Ahí te equivocas, esos juegos son pruebas de resistencia y siempre acabo yo en pie sujetándote el pelo mientras vomitas. Hace mucho que no vomito cuando bebemos. ¿Cuándo bebemos o cuando jugamos a beber? Cabrón. Si es que al final te encanta y lo sabes, pero te haces de rogar. No es hacerme de rogar, es... No sé, no sé qué es. Pues eso, vamos a cocernos y lo averiguamos. No vamos a averiguar nada y lo sabes. Bueno, nunca se sabe, quizás hoy sea el día. Claro, como todos los otros días. Hombre, con ese espíritu desde luego que no. Sí, pues con el tuyo estaríamos muertos ya, los dos. ¿Y es que ahora se supone que no lo estamos?