jueves, 22 de julio de 2010

Retrato retrete

Me caí de la cama, es deliciosamente difícil mantener el equilibrio en un helicóptero que cae sobre tu habitación derramado desde tu cráneo. Si saltas a tiempo puede que te salves, pero si fallas, prepárate para una noche en el infierno.

- No debí comer esos churros, me han destrozado el estómago.
- Claro, los siete cubatas de antes no tienen nada que ver, ¿no?

Tiro de la anilla del paracaídas, se abre, justo a tiempo, caigo suavemente sobre mi almohada y me dispongo a dormir. De repente una granada explota en mi tripa, me han dado, hijos de puta. He de lanzarme a la batalla. Pongo un pie en el suelo, enderezo mi cuerpo, no puedo, caigo de nuevo, herido. Lanzo de nuevo el pie, enderezo el cuerpo, poso el otro pie rudamente, enciendo la luz de un golpe en el interruptor, dios, mis ojos. Me levanto, amenazo con volcar la estantería, miro las chanclas que quieren morderme los pies, las pateo, trato de volcar el radiador, la mesa, la puerta, para evitar volcarme yo.

Ya en la nueva habitación mi baile funesto continúa, el interruptor merece sufrir, le lanzo un gancho de derecha, un flashazo me ciega momentáneamente, comienza el bombardeo, los primeros gases lacrimógenos se me vienen a la boca. Avanzo, he de llegar a primera línea de combate. Cruzo por la trinchera intentado no caerme a la fosa cercana, un piso hacia abajo es un piso hacia abajo. Miro las reliquias de poder que mi madre guarda para que las visitas las vean, ahora parecen incorruptibles brazos de Santa Teresa, creo que era la Santa pulpo. Me revuelvo aún más, decido tratar de evitar arrastrarme y seguir tambaleándome hacia delante.

Otro interruptor sufre mi cólera de animal herido, más flashazos, ya estoy cerca. Abro una puerta, enciendo otra luz, mi cabeza choca con un cristal. Doy una patada hacia la retaguardia, por si las moscas, la puerta se cierra, estoy atrapado. Me miro en el espejo pero no veo nada mas que un militar agobiado. Me pillaron, una pistola de sudor frío presiona mi nuca, de rodillas al suelo. Ahora si que veo mi retrato, en un charco de vómito que baila con el agua de mi retrete, magnífico lienzo para tan triste figura.

De repente, soy un hombre nuevo, bañado en gotas de frío hielo y del color de la luna, con dos orquídeas rodeando los ojos, con movimiento y ademanes de cadáver, algo parecido a pelo, revuelto y mojado, sólo visto una especie de taparrabos de diseño, voy descalzo, no me importa. Este otro hombre me mira desde el espejo, como esperando que de un mazazo le saque de allí y lo devuelva a su estado normal, para eso, aún tiene que llegar el mañana con un buen cocido materno o un poco de comida mal cocinada por ese hombre que seré.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me suena jodidamente familiar. Yo en esas noches dejo de ser yo y paso a ser un ente pseudoviviente primitivizado. Lo que describes, vaya.