sábado, 26 de noviembre de 2011

El Dragón del Mar de la Estrella

No te puedo robar, no te quiero arrebatar, miento si digo que me has dejado de interesar, afirmo que no me dejo engatusar. Y en el desencanto está lo hermoso, pero cojo la rosa con guantes y esa botella que parto dentro de mis tripas es la sangre que me bebo. Se ve florecer otro verso, en la tumba de todos los poetas muertos, ya no dejo lirios allí, los dejo morir en mi lecho.

Va sobrevolando el campo, maltrecho, dejando regueros funestos y mientras tanto, la tierra, haciendo del reguero acopio, tiñe las amapolas de rojo y negro. Plata y oro, chocolate y café, vete a tomar por culo o démonos el lote. Punto y seguido durante más de veinte años.

Directo, crochet, maxilar, costillar. Buena cena esta, ¿no? Finalmente añadiré el principio. No son estos dedos torpes quienes moldean ese cuerpo níveo, no son estos pensamientos oscuros quienes moldean esa realidad ebúrnea, no son estos pasos firmemente flojos los que abren esa senda marmórea y en definitiva, para empezar, todo queda negro.

Jódanse, jódanse, en todos los sentidos, a mí déjenme tranquilo, más quiero decir. Luego me dicen que mis textos son muy ambiguos, este está muy claro, ¿no?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ojalá hubiese más a menudo en estos nidos de pelos y patologías del alma sobre los hombros un cerebro de lombriz, y esa música nos correspondiese siempre con atardeceres ensangrentados pero lívidos, como aquí dices, níveos. Queda claro. Ojalá siempre en nuestras chisteras un pino travestido de tenue Williams, Tenesí (güísqui).

Bernabé dijo...

Sobre musas y tumbas.