viernes, 26 de julio de 2013

Humano

Ya ha despertado y no me queda ningún sedante. Las cuerdas de la cama van a romperse, si es que no estaban rotas ya. Cuando sea capaz de mover sus adormecidos miembros, probablemente se quite las cuerdas de encima y luego se arranque todos los cables que monitorizan su actividad. En mitad del desconcierto, aturdido y todavía drogado, volcará la cama con furia, como quien derroca a un opresor por la fuerza inútil de las armas y sólo podré rezar porque en ese momento no recuerde nada aún. Luego se acercará a la ventana, como queriendo saber qué hora es, como si eso tuviera alguna importancia, y la luz le hará mucho daño en sus ojos casi ciegos por la pereza, es probable que entonces decida lanzar una silla vieja por la ventana, en un intento animal de destruir aquello que le ciega, y que el ruido de los cristales de desconcierto le asuste y, si no se tira por la ventana, huirá a cobijarse junto a la cómoda, allí donde no llegue la luz. Pasados unos segundos reparará en la cortina y será su armadura, que tapará la luz y filtrará el aire enrarecido para unos pulmones alimentados de manera artificial durante tanto tiempo. Acto seguido, recuperada ya la calma en mitad de la tormenta que se le estará viniendo encima, intentará, sin saber cómo se hace, abrir la puerta que lo separa del pasillo. Cuando súbitamente recuerde que lo que hay que hacer es girar el pomo y tirar o empujar, le volverá la rabia a sangrar de las encías porque se dará cuenta de que hay tres cerrojos echados y cinco candados sin la llave puesta. Habrá empezado a recordar y buscará la manera lógica de atravesar la puerta, sin embargo será la desesperación su llave, que le llevará a volverse loco y animalizarse de nuevo, su fuerza hará trizas la puerta y todo lo que usaba para mantenerle encerrado allí. Ya en el pasillo no sabrá hacia qué dirección virar su timón. Ni siquiera sabe lo que está buscando pero lo busca, y encontrarlo es su única obsesión. Por azar, tomará el desvío de la derecha y se encontrará con el despacho, lleno de papeles que le son ajenos, de fotos de gente que no recuerda pero que estimulan algo dentro de él, de libros que no sabe ni quiere ahora leer, de retazos de su pasado que ya no son más suyos ni de nadie. Sigue recordando, vamos pequeño. Un cambio de rumbo le llevará a arrojarse por las escaleras, imbuido de un poder surgido de lo más hondo de su propia condición. Ya empieza a saber qué busca aunque no por qué. Pasados unos quince minutos más de inmediata posguerra por el resto de la casa, sin encontrar nada que merezca la pena, sin recordar nada nuevo, habiendo limpiado yo previamente la casa de todo su pasado, descubrirá la puerta que lleva al búnker y bajará las escaleras despacio, para que no sepamos que viene.

Y ahora que ya está aquí, va a matarme y después, hará todo lo posible por recordar por qué siente esa necesidad ineludible de encontrarte y destruirse para siempre contigo.

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