lunes, 19 de mayo de 2014

Ser Poeta

Se me cae la poesía de las manos, se desliza entre mis dedos huyendo de quien sabe bien que no es poeta, como agua cristalina que se enturbia al recogerla, como tripas de reloj de arena suicidado en un instante. Se nubla el bolígrafo al escribir bellas palabras, se atora como un niñato ante una joven núbil, como una barcaza en un manglar, como si supiera que estas manos no lo saben manejar. Prefiere el papel rasgarse que ser escrito y se me rasga, como cuerpos de los pobres obligados por los poderosos, como las vestiduras de quien prometió verdades, como lo que quise escribir y no recuerdo.

Quisiera tener versos y deleitaros como me deleito paseando, pensando. Llenando los silencios de mi mente con galimatías de ritmo y formas que cuando se dicen a viva voz se tornan en cuervos execrables que marchitan tan sólo de oírlos. Quisiera ser un erudito en el campo, un extraño agradable que descansa en vuestra mesita de noche, más olvidado que querido, pero presente. Quisiera coger polvo y haceros estornudar, ser capaz de guardar el silencio de las paredes y permanecer impávido ante los acontecimientos más mundanos. Quisiera poseerlo todo y regalarlo, ser el cielo de la boca en que se agolpan las obleas, el saco que descansa en la trinchera. Quisiera mandar afuera a todo el que está en casa, repoblar la historia desertificada con indígenas urbanos, malcriar a trogloditas con estudios y luego degollarlos. Quisiera imitar al ruiseñor que es portada de carpetas infantiles, acuñar la frase que tatúas en tu córtex, hacer tañer el piercing que se descuelga por tu ombligo. Quisiera ser capaz de ser poeta, como decía en un principio, quisiera entender por qué se inmolan los cometas, quisiera saber contar lo que me dicen las curvas de tu cuerpo, quisiera leeros el futuro en los posos del pienso de vuestros perros, quisiera haceros aprender cómo se erosiona el tiempo. Quisiera no querer y quiero.

Odiaría verme otro en el espejo, saberme vestido de desnudez y sin recambios. Odiaría que se encerrasen iglesias en vuestros labios, que custodiarais viejos ejemplos agrietados sin preguntaros el cómo, volar a paraísos bajos. Odiaría ser quien soy sin ser poeta, ser la bala aún desconocida en la cuneta, el verduguillo romo que no afeita, la falange del yugo y las flechas. Odiaría la madre que se parte siendo patria, el casco del vikingo inescrutable, las horas perdidas en soñarte. Odiaría que quisiera tener versos, ser la llama de una zarza inagotable, el asa ignífuga de un blog sin corriente eléctrica, enseñar a Drácula un atardecer culpable. Odiaría el melocotonero que se abriga, lo que levanta aquel que ya se fue, deslizar panfletos en una abertura amiga, conseguir la magia y bebérmela con vodka. Odiaría que supierais que me he muerto, que creáis que creo en vivo, dar importancia al desconchón de la pintura de los parques, un pespunte en una corona de neopreno. Odiaría el sálvese quien pueda de quien pudo salvarse, el claxon que nos mira con recelo, los tickets que anuncian lo que a nadie importa, la espalda de ave que no puede mojarse. Odiaría odiar y odio.

Sé que os debo una poesía pero sé que no soy poeta.

lunes, 5 de mayo de 2014

Toc-Toc

Un "toc-toc" en la ventana me sacó del cuaderno. No pensaba abrir la puerta, me la sudaba quién fuera, pero ya estaba distraído. Esperé tranquilamente a que volviera a sonar la ventana o se decidieran a tocar el timbre. Dejé pasar un rato, que probablemente serían tres minutos o así pero que a mi me parecieron quince, y nadie llamó. Me cagué en Dios y en su puta madre. ¿Por qué coño alguien da dos golpes en la ventana y luego no insiste? Hay que joderse, estaba en lo mejor de la novela. Ahora tenía que releer las últimas cuatro páginas, que escribí del tirón, y volver a concentrarme, que no me cuesta precisamente poco.

Qué mierda, ya no me gustaba lo que tenía escrito. Volver a empezar... otra vez. Como sonase ese "toc-toc" ahora, iba a matar a alguien. Nada, incapaz de concentrarme, se me había apagado la bombilla. Veinte minutos estancado, mirando la pintura de la pared desconcharse. Probé poniendo música, ningún disco me inspiraba. Tenía el puto "toc-toc" clavado en algún rincón del cerebro, chocando contra las paredes de mi cráneo como un moscardón que no encuentra la rendija abierta por la que entró. Me encantaría ir a quemarle el timbre al cabrón que tocó en mi ventana, qué hijo de puta. ¿Qué estará haciendo ahora, tocarle los huevos a otra persona en algún lugar de la ciudad? En serio, qué mala hostia, me jodió el día. Se me empezaba a ir la olla, no sabía ya qué hacer para volver a entrar en el cuaderno.

Una ducha, eso tenía que funcionar. Primero intenté cagar, pero ni siquiera así me olvidaba del incidente de esta tarde. El agua tibia resbalaba por mi nuca como por la espalda de un pato. Pasaba rápido, sin detenerse en los meandros de mi huesuda anatomía, casi flotando. Estaba logrando olvidarme del "toc-toc", hasta que pensé en que estaba logrando olvidarme del "toc-toc". ¡Mierda! La pescadilla que se muerde la cola aquí, en mi ducha, manda huevos. Me sequé con la toalla imaginando lo que iba a cenar luego. ¿Con qué me sorprendería a mi mismo hoy? ¿Unos san jacobos ultracongelados mal fritos? ¿Unos fideos rápidos chinos? Quizá mejor algo más elaborado, un sándwich de esos con un huevo frito y tapadera o una ensalada. ¡No, un picoteo! Tenía fuet y queso en la despensa, perfecto. ¡Oh, y cortar un tomatito en gajos con aceite y orégano! Un poco de mozzarella para acompañar y listo. Colgué la toalla y me fui en pelotas hasta la cocina. Estaba hambriento. Me abalancé sobre la despensa, saqueé la nevera, escogí el mejor de mis cuchillos y empecé a trocear el tomate rítmicamente: "toc-toc, toc-toc." ¡Joooooodeeeeer!

Ni siquiera terminé de preparar la cena. Se me quitó el hambre con el cabreo. Me volví hacia el cuaderno y lo tiré por el balcón, a tomar por culo, estaba harto. Hacía lo menos tres años que no bebía, pero hoy me iba a tomar un cubata. ¡Coño, si sigo desnudo! Bueno, estaba en mi casa así que me dio igual. Me desparramé en el sofá y me levanté como un resorte, no había cogido ni vaso, ni hielo, ni whisky, ni nada. ¿Por qué tenía alcohol en casa si ya no bebía? Me lo tomé con calma. Disfruté preparando el trago. Se me llenó la boca con el sabor amargo antes de probarlo. No sé por qué demonios lo hice, pero abrí la puerta del estante en que guardaba los frutos secos, estaban viejas las bisagras y se atrancaba al cerrarla. Tuve que insistir mucho, rebotaba al empujarla y, con el mismo impulso, volvía a tratar de encajarla en su sitio. Estuve así unos minutos, hasta que me di cuenta de que sonaba "toc-toc". Enloquecí.

* Obra póstuma de Israel Nazario, hallada en su apartamento justo el día que se suicidó, 7-Agosto-1989. Del cuaderno que menciona no se sabe nada, algunos estudiosos especulan con que podría contener una novela inédita de título dudoso.