sábado, 1 de octubre de 2016

Hoy se Sale

Casi me desencajo la mandíbula dos veces, una bostezando, la otra ni idea. Se le acabó la batería al mp4, así que tuve que sintonizar Radio-yo y volver a casa escuchándome pensar. Sonaba bien rancio, no sé si es que la señal no llegaba bien o qué. Traté de elevarme a ver si así lo solucionaba, pero nada más lejos de la realidad, así que para abajo de nuevo. Aguanté estoico el chaparrón, seguramente haciendo muecas inconscientes, mordiéndome los labios y apretando los puños. La verdad es que no me acuerdo de qué iba. Llegué a casa y cambié la radio por la tele con un plato de arroz. Terminé por quedarme dormido en el sofá con el arrullo del ruido blanco y las olas de cerveza. Se produjo uno de mis momentos favoritos de ser humano, despertarme para irme a la cama a dormir. No pude resistirme a ver si moviendo la antena pillaba mejor la señal, pero me aburrí antes de empezar y me dormí.

Soñé con fuego sobre la superficie lunar, viéndolo descalzo echado en un césped verde oscurecido por la noche. Tuve pesadillas de cruces y vías muertas. Se me caía la baba anonadado en la copa que sujetaba. Sentí que me caía en la cama tras levitar unos metros por fuera de mi cuerpo, lo que pasa es que no era mi cama, ni tampoco mi cuerpo, pero levitar sí levitaba. Soñé con nieve sobre la superficie del mar, viéndola descalza echada en un banco de arena fina por el viento. Tuve pesadillas de acero y peso muerto. Se me caía en la cara un jarro de agua fría que sujetaba. Sentí que se abría la ventana para que entrase un ser amado, lo que pasa es que no era mi ventana, ni tampoco mi ser amado, pero entrar sí entraba.

Cuando abrí los ojos habían pasado muy pocas horas para la guerra que el estómago me estaba dando. Quise darme la vuelta y seguir a lo mío. Imposible. La vuelta al insomnio parece cada vez más cerca, cuando ya creía que tenía esa lucha ganada. ¿Nuevos fantasmas abren viejas heridas? Estelas, briznas mecidas por el aliento de los descalientos.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Casi Casi Enajenante

Quise revolver un estómago tranquilo por todos esos rollos tácitos que golpean los barrotes intentando escapar de la almohada. Comencé la cuenta atrás de las latas de cerveza y me perdí. Espiral y paranoia, reducción del lenguaje a lo binario, sí, no, yo qué sé. Bloqueo del escritor, despachando al humorista, improviso una suerte de canción, todos siguen pensando que sigo siendo yo. Termino la fachada y desmonto los andamios, intento mear un árbol. Escucho a demasiados fans hacerse fotos a mis espaldas, por mucho que les jure que es mentira lo que han leído en Wikipedia. Al final de la jornada me duele todo el cuerpo de sentirme aletargado, así que el resto de la semana tiro de resaca. Ordeno mi mente, aparco coches que intentan atropellarme y acudo a reuniones que me mantienen por encima de la soga. Vamos a sentarnos a la orilla de la hoguera y te cuento otra historia, no perdamos la costumbre.

Estaban allí sentados, mirándose, sin hablar. Hacía tantas horas que estaban así que a los dos se les habían dormido las piernas. Tan sólo algún parpadeo esquirol interrumpía el contacto visual, amparándose en no sé qué mierdas de que por mucho que apoyara la acción debía preservar el globo ocular o todo se iría al infierno. El centelleo del fuego de la hoguera que se esforzaba por llamar la atención no lo conseguía, pero sí que iluminaba sus rostros, produciendo luces y sombras, que quizá era lo que andaban buscándose en esa larga plática muda. Diríase que no había más lenguaje que el crepitar de los aullidos de la madera consumiéndose y el runrún de las células que no entendían qué diantres hacían esos dos. ¿Cuánto iba a durar esta tontería? Seguramente no lo habían pensado en ningún momento, así que cabía la posibilidad de cometer un error que se convirtiera en deuda como por arte de tropezarse dos veces con la misma piedra y doscientas con otras tantas. Es muy probable que alguno de los dos pensara en arrojarse por encima de las llamas y abrazar al otro, o estrangularlo, o comerse a dentelladas frenéticas la carne de su barbilla, o echarle el vaho en la frente, o zambullirse para siempre en la galaxia que hay pasada la córnea, donde llevaban horas llamándose a voces sordas. Un forzado cambio de postura con las piernas torpes exanguinadas hizo que se derramara el vino por fuera de los labios. Sintió que se iba y trató de acercarse, la falta de circulación le hizo desplomarse como la estatua de un dictador el día de la liberación, con una suerte aciaga que dejó su cabeza sumergida entre las brasas como una cuchara entre granos de café. Se revolvía, tratando de impedir que la otra parte de este diálogo se marchara, pero su cuerpo aún notaba los atascos de la sangre dormida. Nadie apagó las brasas, seguía allí quemándose, seguían allí observándose. Comprendió rápido que el cambio de postura había sido casi un acto reflejo, como ese parpadeo que se entrometía cada poco tiempo. Se precipitó y ahora se estaba haciendo. En cierto modo aún les quedaban insultos que decirse en ese debate ciego. Ambos dejaron pasar un rato, pongamos diez minutos de cortesía o lo que tardaron en recobrar el control de sus piernas y la capacidad de ruborizarse y se fueron sin mirar atrás. En cuanto dejaron de sentir la fuerza gravitatoria del uno sobre el otro fue cuando la hoguera se apagó, dando chispazos con los "hasta luego" dichos por la calle, obligando a las brasas a humear con un simple "me acordé" y finalmente añadiendo leña proveniente de los desplantes acostumbrados a sacar los pies del tiesto.

Jaque mate. ¿Tú crees? Claro, no tienes opciones. Démosle la vuelta al tablero. Eso sería hacer trampas. Ya lo sé, ¿qué te importa eso? Hombre, pues si te gano y ahora le das la vuelta al tablero has convertido mi esfuerzo en el que tú no has hecho. Creo que no me estás entendiendo, no hablo de girar el tablero de manera que tu lado sea mi lado. ¿Entonces? Pues de darle la vuelta. ¿Te refieres a quedarnos con la parte de abajo? Sí. Pero así no podemos jugar a nada. ¿No? No sé, ¿a qué podríamos jugar? Al ajedrez no, desde luego. Por eso digo. Yo pensaba en inventarnos algún juego y ya está, uno al que pueda ganarte alguna vez, maldito cerebrito. Sabes que no puedes ganarme. Si estás sobrio no, claro... ¡Ah no, eso sí que no! Venga hombre, enróllate. No voy a volver a jugar a ningún juego de esos tuyos de beber. Va, sólo una vez más. Que no, joder, además a eso también te gano yo. ¿Cómo dices? A ver, esos juegos sólo valen para emborracharse, ¿no? Pues siempre acabo yo más borracho que tú. Ahí te equivocas, esos juegos son pruebas de resistencia y siempre acabo yo en pie sujetándote el pelo mientras vomitas. Hace mucho que no vomito cuando bebemos. ¿Cuándo bebemos o cuando jugamos a beber? Cabrón. Si es que al final te encanta y lo sabes, pero te haces de rogar. No es hacerme de rogar, es... No sé, no sé qué es. Pues eso, vamos a cocernos y lo averiguamos. No vamos a averiguar nada y lo sabes. Bueno, nunca se sabe, quizás hoy sea el día. Claro, como todos los otros días. Hombre, con ese espíritu desde luego que no. Sí, pues con el tuyo estaríamos muertos ya, los dos. ¿Y es que ahora se supone que no lo estamos?

lunes, 18 de julio de 2016

Un Café y Compartir Materia Gris

Estaba convencido de que había taponado el boquete por el que se escapaba un poco de pretérito. El caso es que seguía notándome el pinchazo en las costillas y cómo se me iban olvidando cosas. Al principio me suponía una preocupación casi médica, ahora me la suda. Sería hipócrita decir que no me arrepiento de nada porque, como ser humano, he hecho daño a gente, de todo lo demás tampoco es que esté orgulloso, pero sin peros. El caso es que el puto agujero se abre a veces y otras veces está tan cerrado que duele igual. Se me amontonan despedidas en la tripa, trenes que dejé pasar en el cielo de la boca y calentones de verano en los cojones y sin embargo pongo la sonrisa y tiro pa'lante. Podéis seguir agarrándome como zombis hambrientos para devolverme a una fosa, que lo hacéis más de los que creéis o podéis empujar el palé como a Brad Pitt en Snatch y devolverme a la batalla. Basta ya de hablar de mí.

Se le enredaba un poco de humo en el pelo, era difícil distinguir alcohol de sudor en su camiseta, le faltaban articulaciones para doblarse tanto, ninguno estábamos seguros de reconocerla pero a todos nos sonaba. Ni una mirada nos dedicó, pero se enzarzó en furiosos bailes consanguíneos, arrancando trozos de tiempo a mordiscos, llevándose hasta el último de los pensamientos que podía granjearse tirando de indiferencia. Meneaba bien el surco llamando a los arados, exudaba el caldo de cultivo de las madrugadas, bebía tubos de celos de sus teóricos amantes, con el hielo que había anidado en el pecho de los que habían revuelto sábanas con ella. Nos daba miedo, sí, porque éramos todavía demasiado imbéciles para entender lo que es una mujer libre o porque nos sentíamos tan hombres que creíamos que estaba todo por perder. No quise entrar en galimatías mientras podía verla golpeando las paredes del laberinto de mis anfractuosidades.

Pensé que podríamos tomar un café y compartir materia gris, pero al final siempre me pasa lo mismo, preferís una cerveza y que os regale tonterías de colores. Seguiremos siendo desconocidos por mucho que agitemos el pañuelo blanco en el andén o veamos la mano que dice adiós en el cristal encima de la matrícula que no podemos recordar. Es agotador haber escrito tantas cosas sobre el vaho que me parece ridículo hacer castillos en primera línea de playa. Sigamos con las palmas, marcando ritmos o poniéndolas hacia arriba como rezando, por Dios que pare ya. Decía Pablo Guerrero que tiene que llover, yo también creo que hacen falta más escorrentías recorriendo muslos y más pechos secándose al sol tras una buena tormenta.

La consideraban sabia, le pedían consejo, no les cobraba nada, ellos le robaban todo, casi sin darse cuenta, entraban en su casa, les gustaba el florero y se lo llevaban, les gustaba la mesita de noche y la cargaban en la furgoneta, les gustaba lo que tenía para comer hoy y lo cagaban en su baño, les gustaba la reserva de su mueble bar y pasaban la resaca en su sofá, les hacían gracia sus chistes y lloraban en sus hombros, tenían frío y quemaban un par de barcos que le quedaban por ahí, sentían un vacío en el estómago y mamaban la leche de sus hijos, estaban rotos y la dejaban sin herramientas, se encaprichaban de su cuerpo y lo profanaban, lo querían todo y ya no le quedaba nada. Ella lo único que no entendía era por qué mientras le robaban todo, no habían aprendido una mierda de sus consejos.

sábado, 9 de julio de 2016

No Quiero Saber Nada

Me canso de esperar las vacaciones, de las vueltas a los meridianos para saber a qué hora es prudente levantarse y a qué hora es tarde para acostarse. No quiero saber nada de esa mierda. Un balanceo más de la mecedora bajo el porche y la paja que mascábamos ya está marchita. Voy a por una cerveza y traigo más, pero al salir de la cocina ya tienes que irte, tienes que hacer no sé qué, has quedado con no sé quién, perdona, me llaman por teléfono, no pasa nada, sigo aquí, ven cuando quieras.

Quemando el calendario me di cuenta. Las barbas del lampiño y los viejos con la cara de Paul Newman. Rozando la treintena y todavía bajo cero. Veo fantasmas de Kim Novak paseando en mallas por la calle y voy a por un litro a la multi de siempre. Busco suelto en las ojeras y sólo encuentro sudor del lado frío de la almohada. Son las noches de verano que empiezan a las seis de la mañana las que pagan esas cuentas, no quise saber nada y empeñé aquel Casio de los ochenta.

Se me despega la suela de las chanclas, tanto correr y tanta hostia. Se calienta la bebida, tenemos mucha prisa. Cambio la configuración de tu sombra para ver si cae mejor. Aprieto el torniquete en los labios y me desnudo. Veo pasar los ciclos, ¿qué ciclos? No quiero saber nada de esa mierda. Me saca la resaca hasta la orilla a vomitar y me limpio las rebabas con la camiseta del ex algo de alguien, regalo de aniversario del que nadie quiso deshacerse. Mira a ver lo que alimentas.

Acicalando mis temores lo vi claro. Hinchamos la colchoneta a tope y deshicimos sus arrugas. Nos pegó bien duro el sol, estaba por caer la lluvia. Siempre con la agenda bajo el brazo, se te van a mojar los planes. Casi me caigo de la órbita. Me vine aquí cagando hostias. Suele acabarse el dinero antes que las ganas. Seguíamos flotando sujetos por un cordón umbilical. Estabais preocupados por si no salía como es debido, pero no quise saber nada, no tengo ninguna deuda.

Me vienes a decir que me tienes que contar, no los lunares. Abro la puerta y veo pasar dos días. Ahora ya no queréis iros. Le echo dos hielos a la clepsidra y me la bebo, no quiero saber nada de esa mierda. Doy vueltas en el suelo apagando un incendio que no deja de hacer música. Hay un coro de gemidos moribundos que nos miran. Vosotros sois vosotros, yo sólo soy uno. Dicen que el mundo gira, según desde dónde mires. Y ahora deja de leerme como si no me conocieras.

viernes, 27 de mayo de 2016

Pero Parece Distinto

Porque a veces celebramos la victoria sin tenerla, como un soldado en la trinchera, escribiendo ya poemas de posguerra. Pegados a la pantalla con cadenas observamos las celdas de Venezuela tras los barrotes de las nuestras. Vemos la paja en vista ajena y no el bukkake en la propia jeta, que nos resbala como casi todo lo que no se juega en un once contra once en alguna importante ciudad europea. Algunos gritan "balacera" asomados al balcón de las ojeras que presiden esas caras donde opina la Esteban. El discurso temeroso que con la baba se descuelga es la luz de la caverna que no deja ver qué hay fuera, arroja sombras pero sobre todo ciega. Hasta el derecho a querer nos niegan, pero es que tienen fans que les alientan, quién pueda entender que entienda, otros luchábamos acampados en tiendas. Cada uno recoge lo que siembra, cuando no se lo roban amparándose en la prudencia. Seguridad y vigilancia como única manera de aumentar la violencia. Protejamos la fe, las creencias y prosigamos con los desalojos de la ciencia. Las líneas de la frontera residen en las armas de quienes las gobiernan. Cuando terminen de matar al pobre a ver qué les queda, explotar las rentas de la carne que se amontona en las cunetas. Nos distraen con telones de tetas y líos de faldas con braguetas, hombres, mujeres y viceversa, sálvame o deja que me muera pero antes que devuelvan lo que llena sus carretas. El sudor de la gente a la que le roban la cartera no basta para apagar las calles, que se llenan de maderos que arderán en la hoguera.

Por qué sólo alabamos la derrota y tomamos como ejemplo lo plasmado en terracota, el ser humano ha alcanzado nuevas cotas, unos se han vuelto idiotas y otros se ponen las botas, pero el cien por cien se hace llamar patriota. Servídmelos con panna cotta y cuando se acabe el pan nos liamos a tortas, llevo años viajando a una dimensión ignota. Poca gente se cuestiona las cosas que le importan, desconocen que la verdad se autogestiona y que al descubrirla es cuando uno se lesiona. Ahora muchas cosas vanas impresionan, nos van dejando el cerebro blando como turrón de Jijona, a base de vídeos de Playground y el humor de José Mota, cuando algo te inflama ellos son tu cortisona. Pretenden enseñarte cómo es la familia de moda cuando ellos son la familia Trapisonda, donde el macho dicta normas y el resto acata o le parten la boca. Todo eso se tolera e incluso aplauden como focas, mientras alguno que no puede más se ahorca, dejando tras de sí algún alma rota. Quiero saber cuánto queda para esa gota que termine de llenar de rabia la copa, para que las paredes de las casas se rompan y la gente se eche a las calles a cambiar de lado las picotas. Nos seguimos quejando porque nos han vuelto masocas y porque sabemos que aún queda quien pinta sus sueños con rotus Carioca. Madres de familia locas cuando ven que el cadáver de sus hijos flota, sobre un mar que patrocina Coca-cola, preguntándose por qué si es que la tierra rota en su trozo del pastel nunca cambian las cosas.

Bienvenidos al laberinto, donde todo sigue igual pero parece distinto.

jueves, 19 de mayo de 2016

Sex on TV

Dos caricias en el lomo y un beso en la nuca, a sangre fría. Sólo uno, porque el resto no serían ya a sangre precisamente fría ni respetarían la frontera. Sin atenuantes, únicamente con brutal alevosía. Cambiando el lenguaje de las miradas sucias, que atraviesan la piara de zombis que nos separa, por el de los hierros al rojo con párrafos de carmín. Utilizando del sistema métrico sólo la parte que abarca la distancia entre la ropa y la piel. Midiendo la temperatura en grados de sábado noche sin más refresco que el del frío de los portales. Sujetarte el pelo sin que exista el riesgo de manchar las zapatillas y que la constricción sea el antídoto ante el miedo de dejarse perder en el vacío. Que se nos olvide la música pero sigamos bailando y que muchos vayan al baño a suicidarse por la envidia del cruce de piernas de este tango. Echarte una carrera desde el principio de tus medias hasta el punto donde tu meridiano de Greenwich se cruza con tu ecuador y manipular las coordenadas hasta que se nos olviden las horas. Bajarnos de las nubes el sudor y regar con él el surco hasta tu ombligo. Poner a prueba los muebles del Ikea y terminar haciéndonos tatuajes de felpa, con mucho cuidado de que los vecinos no vean lo que están oyendo. Dejar los churros con chocolate para otros y llevarnos el desayuno a la cama. Prolongar la guerra aposta, para seguir justificando las trincheras que tus uñas cavan en mi espalda, para seguir entendiendo el por qué de los gritos en la oreja, para seguir mereciendo las medallas que mañana nos salen en el cuello, para poder explicar el manto de casquillos por el suelo, para no dejar de provocar pequeñas muertes, para seguir asesinándonos.

Dormir sin conocernos y despertarse a mediodía con la sed de la resaca, para buscar el agua en la fuente de la vida. Que en duermevela te sonrías y vuelvan a estorbar las sábanas mientras el sol prende las persianas. Que me digas "ven p'acá que te voy a abrir los chakras" y que vistos desde arriba seamos un yin-yang inexplicable. Quedarnos con hambre y elegir los tres platos del menú, el postre nos lo llevamos puesto. Aprenderme las notas del somier mientras diriges la orquesta y afinar en todas las escalas, repasando las octavas, inventando nuevas claves. Apurar hasta la hora del café, meterme mil rayas de tus hombros en lo que la leche se calienta y aguantar hasta que hierva. Recuperar la dignidad con el pelo pegado a la frente, viendo en las nubes de humo que se agolpan en el techo los recuerdos de las noches que no tuvimos y de repente sentir la necesidad de arrojarse por la ventana, antes de que las ausencias llamen a la puerta con los golpes furiosos de una orden de alejamiento que en las manos les quema. Correr con el cinturón a medio abrochar, temiendo que un último vistazo nos haga echarnos de menos, deseando que sea imposible tener que saludarnos si volvemos a encontrarnos. Acortar la huida aposta, para seguir justificando el olor que se niega a despegarse de mi cuerpo, para seguir entendiendo el por qué de las pajas en la ducha, para seguir mereciendo el boquete que me llevo en la cartera, para poder explicar el por qué de este dolor de cabecera, para no dejar de provocar terremotos de conciencia, para seguir excusándonos.

Al final tenía que joderlo todo con una gracia inoportuna, como siempre.

viernes, 13 de mayo de 2016

Lo Iba a Contar Todo

Era difícil informar sin decir nada, sin un solo gesto, desde lo inmóvil del interior de un hielo que se deshace entre el zumo y la ginebra. El hielo gira dentro del líquido en el sentido que marca el hemisferio, a veces choca con el borde del vaso, a veces bota amenazando con tirarse por la borda y reventarse liberando su contenido. La lluvia sin duda ayuda a mantener el frío, de nada sirven las camisetas mojadas de misses sin país al que representar, de nada sirve la estampa de plásticos y pantalones remangados como de fin de festival. Lo que bebíamos cala, lo que caía también y lo que fumábamos ahúma, lo que mirábamos no mira, lo que escuchábamos no escucha, lo que bailábamos se baila. Se queda dentro del hielo y que le den por culo al mundo, burbuja con paredes cristalizadas de grosor suficiente para una habitación del pánico. Rasgaban las cuerdas y las vestiduras, ponían el grito en el cielo y desde el suelo replicábamos. Cada loco con su tema, cada droga con su loco.

En un instante todo se llena de pequeñas carpas y las nubes nada tienen que hacer contra ese invento, ¿o sí? Ay si tus padres te vieran. Vistazo alrededor, ausencias, huecos donde antes había alguien, aunque fuera inmóvil y pasivo como un vaso pisoteado. Seguía queriendo comunicar, pero debía atender una llamada. Tras la odisea el parnaso maloliente aguarda, es mejor no enfrentarse a los guardias que lo custodian, tarde o temprano les vencerá el hastío y volverán al lugar de donde no deseaban salir cuando lo hicieron. "Hacía calor pero tenía frío" o al revés, lo mismo da. Tránsito solitario en medio del maremágnum, danzando algo que nadie puede escuchar, ni siquiera el que lo danza, alguno se une a los improvisados pasos y al final la comparsa está completa para cuando regresa al punto de partida. Las mismas ausencias, aunque los huecos vuelven a tener alguienes que los rellenen.

El caso es que quería que lo supierais todo, pero ni os visteis ni os hablasteis ni os bailasteis ni os gozasteis ni os hicisteis ningún tipo de cosa que terminase en "steis" y además que, como ya decía, era difícil informar sin decir nada. Tampoco es que la situación se diese, estaba en su mundo porque el vuestro se antojaba pequeño visto desde el balcón de vuestros ojos. Intercambios esporádicos de bienes culturales, gotas de sudor y de lluvia y gritos muy cerca de la oreja, como follando, pero esta vez sólo jodiendo. El que quiera entender que entienda, aunque tampoco es así de simple, para ganar al ajedrez hay que mover las fichas, comer y dejarse comer. A veces contaba veinte y deseaba que hubieran sido sólo diez, pero ¿quién decide eso? Ya estaba dispuesto a viajar casi a donde hiciera falta, le llevaran o no los pies, pero como dijo una vez un sabio de estos tan denostados "el mejor camino es el de la cama" y allí se fue del bracete con la hambrienta jauría de mil perros que le mordían las entrañas y la bandada de cien pájaros que le cagaban toda la cabeza por dentro.

El caso es que tampoco fue gran cosa, pero se alegraba de haber estado ahí.

lunes, 18 de abril de 2016

Quemar la Noche

Se miró los nudillos. No le dolían. Muchísima sangre. Muy poca suya. Arrancó las astillas que tenía clavadas. Eran trozos de hueso. Se pasó las manos por la cara. El sudor y la sangre estaban a punto de sobrepasar sus cejas. El corro de gente. Todas sus bocas en forma de "o". No era capaz de reconocer ninguna cara. Sólo la de ella. Apoyada aún en la puerta. Sin terminar de creérselo. Bajó la mirada. Él estaba allí. Lo que quedaba de él. Su cara era poco más que pulpa. Todavía manaba sangre.

Regresó donde estaba su amigo. Y algunos colegas. Hicieron como que bailaban. Al menos él no bailaba. Ellas sí bailaban de verdad. Mucho humo. Poca luz. Algunos pocas luces. Echó un trago. Un empujón hizo que se cayera. Y el cubata también. Ya venía cabreado de casa. Se levantó. Lo cogió por la pechera. Recibió un cabezazo. Contestó. Los echaron.

Miró dentro de su cartera. Veinte euros la habitaban. Se acercó a la barra. Se abrió hueco. Educación y codazos. Llamó la atención de un camarero. Levantando la mano. Pidió un whiskey con seven-up. Esperó. Volvió a verla bailar. Oyó el vaso siendo puesto en la barra. El camarero echó tres hielos. Pidió que le quitaran uno. Tres dedos de líquido amarillento-marrón. El resto con gas. Le apetecía de verdad.

Las cervezas le habían astillado. Quizás los chupitos también. Quizás los porros también. Quizás la música también. Quizás la compañía también. Quizás la rabia también. El día que llevaba. La vida que llevaba. La gente que le molestaba. La gente que le faltaba. La gente que quería organizarle la vida. Sin preguntar. La gente que opinaba. Sin opinar. Devaneos. Mareos. Meadas. Arcadas. Todo dando vueltas. Cuando se dio cuenta ya estaba allí. De alguna manera empujado. Por los colegas. Terminó por entrar.

Se observó desnudo. Antes de entrar en la ducha. La música en el móvil. Retumbaba. Estaba lleno de arrechera. Ni siquiera bailó. Se metió en la ducha. Agua caliente. Onanismo. Jabón. Relax. Todavía quedaba rabia. Terminó de secarse. Se vistió. El móvil sonaba. Whatsapps. Iban a salir. Estaba listo. Estaba furioso. Quemar la noche. Más bien quemarse. ¿Ardería?

lunes, 11 de abril de 2016

La Hora de la Siesta

Quería aprovechar la hora de la siesta, cuando todavía no han salido los demonios y las brujas pero seguís adormilados, para contaros algo que os calara bien hondo, algo que se quedara en vuestro subconsciente, un texto tal que no supierais si lo habéis leído o es un recuerdo falso forjado un día cualquiera en un bar de mierda cerca de las cinco de la mañana. Unas palabras de esas que podáis decir siempre "me suenan", pero que nunca sepáis exactamente de qué. Unos párrafos sencillos, pero de los que pudierais hablar con cualquiera, de esas cosas que uno a veces hasta finge que sí que las conoce por no quedar mal, parecer imbécil o ignorante, siendo la mayor muestra de todas esas virtudes el hecho de no reconocer que se desconoce aquello que se finge conocer. Por eso quise elegir la hora de la siesta, para que pudierais escudaros en ese hecho y así yo también pudiera refugiarme en las horas que son para afrontar las críticas por un texto que no es tan bueno como debería, pero que sin embargo sigue clavado en algún punto de vuestra mente como una cancioncilla recurrente. ¿Por qué? ¿Y yo qué sé?

La puta hora de la siesta, que para algunos son quince minutos, para otros dos horas y para otros no existe porque nos sienta peor la siesta que un vodka de cuatro euros. Como iba diciendo, me gustaría escribir algo tan fascinante y volátil como los pellejos que salen a ras de uña, que no duran nada y sin embargo al quitarlos dejan una herida, una huella en tu piel, algo que todas tus células conocen pero que ya no está y que se repetirá una y otra vez como un salmo raro. Me gustaría que dentro de veinte años alguien me preguntara que por qué escribí esa entrada del blog y haberla olvidado ya, pero que siga dentro de mí y dentro de quien la haya leído. Para conseguir esto quería aprovechar el efugio del sopor de la siesta y colarme en vuestro duermevela como un Freddy Krueger de postín, que leyerais esto sin enteraros bien de qué va la cosa y el retrogusto de las letras apuñalara vuestro paladar. Quería, a fin de cuentas, escribir una cicatriz, de esas de las que sólo se acuerda uno cuando duelen por lo que sea.

Soy cobarde y por eso tenía que escribir esto en este momento. Si os pillase con las pilas al cien por cien, con la atención dispuesta a ser concentrada en lo que queráis, este folio sería otro cualquiera. No soy tan bueno haciendo esto como para colarme en vuestro cerebro sin que esté en un estado más frágil que de costumbre. Esa vigilia que os envuelve ahora mismo es el puente que me permitiría hablar con la voz que suena en vuestra cabeza mientras leéis esto. Quería alcanzar por las letras aquello que vetáis a la voz y a la cara y para ello pensaba aprovechar la hora de la siesta. Quería hacer algo increíble y hacerlo con premeditación y alevosía, quería joderos la siesta y parte de la vida, clavaros una espina en un pliegue de vuestra masa gris, construir un resorte sin palanca ni fecha de activación, echaros en las narices un soplo de burundanga que os hipnotizara y os dejara a merced de mis frases.

Todo eso quería hacer, pero al final se me pasó la siesta.

domingo, 3 de abril de 2016

Es Difícil

Salió a la calle con los cascos puestos y entonces mi madre interrumpió este relato para preguntarme algo de un botón del mando de la televisión nueva. Él seguía en la calle, esperando a que yo escribiera qué era lo que iba sonando en sus cascos, pero mi hermano justo en ese momento contestó al whatsapp que le escribí a las 18:10. En fin, que el tío este iba escuchando... Me cago en la puta, ahora llama mi tía al fijo. Que va escuchando unas bases libres que ha encontrado por internet. Lleva unos meses planteándose empezar a rapear o a intentarlo, aprender a rapear sería lo correcto, pero él no lo dice así. Su cabeza se va fragmentando y mi madre vuelve a interrumpirme para que mire un perro que está saliendo en la tele. Como iba diciendo, su cabeza se va llenando con un baile de fractales, imágenes sin fin que mi madre interrumpe otra vez por el puto perro, incluso mientras escribo mirando al perro me insiste en que mire al perro. La verdad es que el perro es muy salaíno, pero ahora estoy a otra cosa, creo que no es difícil de entender. Su cerebro está en un viaje ácido, sumido en una espiral que avanza pero que parece no tener fin. Sin embargo le jode, no quiere ese viaje. Quiere que las palabras se le agolpen, que se unan para linchar su masa gris, que formen una batalla campal salpicando tildes y acentos por las paredes de su cráneo. Una maldita masacre y que, al final, los supervivientes se agrupen de tal manera que las rimas salgan solas.

No es tan fácil como parece escuchando a los que lo hacen, con la escritura pasa lo mismo. Lo que ocurre es que mi madre quiere que vuelva a mirar la televisión porque informan de la última victoria del Barça de baloncesto y por si no me había enterado, que a mí me gusta mucho el basket, pero joder, estoy escribiendo o intentándolo al menos. Nuestro protagonista no se frustra, pero tiene prisa y ésta no es buena compañera en estas lides, quiere correr antes de andar y corre, quiere que le salga a la primera y le sale cuando le sale, como a todos. Pero es que tiene un presentimiento, cree que tiene las herramientas y las ideas necesarias para hacerlo perfecto, es una misión divina, su propio dios quiere hablar a través de sus canciones. Es sólo cuestión de tiempo que consiga canalizar el mensaje que debe transmitir. Lo que no termina de entender es que Noé tenía los materiales, el conocimiento y las herramientas para hacer el arca, pero aún así su dios le dio tiempo para hacerla.

No se valora el ensayo. La sangre joven quiere imprimir la energía con la que recorre sus venas en todo lo que él hace, plantando en los surcos de su cerebro la idea de que es mejor estamparse contra el muro y ver si lo atraviesa que pararse a pensar cómo sortearlo. Una suerte de carpe diem imbécil, en pausa porque mi tutora me llama por teléfono para recordarme que mañana he de ir a recoger los papeles de las prácticas. Un ansia de hacer, hacer, hacer, hacer buscando hacer bien lo que se hace. ¿Cuánto más fácil y más perfecto sería el resultado con la preparación suficiente? Eso ni se plantea, la vida es corta y se escapa todo aquello que queremos. Tiene 26 años y la sensación de llegar tarde a todo, de que se le acumulan las sensaciones acreedoras que esperan que las viva. ¿Qué coño va a hacer a los 40? No puede evitar la presión de los grandes que a su edad ya habían grabado su nombre con oro en la historia y se la suda que le digan que eran otras épocas con menos competencia y más oportunidades, donde todavía estaba todo por hacer y una idea mediocre podía llegar a la cima, no como ahora, que las fronteras se llenan de pisadas de genios sin patria que fueron vendidos a quien pudiera pagarles algo, lo que fuera, con tal de seguir vivos.

Su cabeza lleva un rato en blanco y la mía también, ahora no me distraía nadie, simplemente me quedé en la suma de todos los colores, sin que el chispazo de las neuronas alcanzara el final de la etapa que se encuentra en mis dedos. Creo que lo voy a dejar aquí, si él termina lanzando su mensaje ya lo escucharemos por ahí, si yo termino lanzando el mío, ya lo leeremos por ahí.