sábado, 3 de noviembre de 2018

Algo Palpitaba

Vi la llama devorando la mecha y eché a correr. Crucé una habitación tras otra, consciente de que no quedaba mucho tiempo. Todas aquellas estancias se encontraban vacías, no había ni un maldito mueble que pudiera servir de parapeto. Al final del recorrido, un muro. El olor a chamusquina golpeaba mis fosas nasales como el agrio del turulo. Estaba cada vez más cerca a pesar del tiempo que llevaba huyendo. Entonces lo vi claro, volví sobre mis pasos con calma hasta llegar a la mecha y empecé a tirar de ella. Una vez cara a cara con la bomba, la sostuve entre mis brazos como se sostiene a un ahogado. Cerré los ojos tan fuerte que comencé a ver puntitos blancos por todo el oscuro cielo del reverso de mis párpados.

La deflagración sólo me quemó el pecho por dentro, muy por dentro. Pero aquello no me importaba, lo verdaderamente doloroso eran los millones de esquirlas de pasado que primero laceraron mi piel y después se clavaron en mi carne como las uñas de un gato que se resiste a ser bañado. Había tantos fragmentos que ni siquiera sangraba. Estaba allí tirado, a 118 kilómetros del lugar de la explosión, convertido en un amasijo de dudas con púas de pretérito, una especie de puercoespín tristón que no es capaz de liberarse del metálico abrazo de un cepo que le atrapó sin querer. En mitad de aquella lastimosa quietud noté una palpitación.

Abrí los ojos de repente, el dolor dio paso a la indignación y casi a la vergüenza. Allí, sumido en la miseria y la apatía, ahogándome en un charco sin sangre, algo palpitaba. Me miré como pude el pene, aún a sabiendas de que la libido había sido una de las primeras ratas en abandonar el barco, y me alivié al comprobar que no había necesidad de sentir culpa cristiana. Algo palpitaba. Tanteé con torpeza los alrededores de mi ano, tratando de no hacerme más daño con las enormes astillas, y me alivié al comprobar que seguía tan callado como de costumbre. Algo palpitaba. Arranqué cauteloso la metralla que se mezclaba con mis pestañas, por si acaso fuera todo consecuencia de un tic nervioso, y me alivié al comprobar que lo único que se movía allí era un torrente de lágrimas. Algo palpitaba. Me hurgué dentro de lo que me quedaba de tórax con urgencia, como un jabalí que hozara en busca de una trufa, y me alivié al comprobar que allí, entre los rescoldos aún humeantes de la explosión, un ejército de pequeños duendes, ataviados con extrañas máscaras y una suerte de trajes ignífugos, trataban desesperadamente de insuflar vida a la horadada piedra roja que ahora apenas parpadeaba. Algo palpitaba.

martes, 9 de octubre de 2018

Pero No Disparo

Escuchaba música instrumental, no fuera que alguna palabra mal dicha me sacara de mis pensamientos. En una pestaña el blog, en otra youtube, en la siguiente el diccionario y en las otras dos el sueño de una noche en vela.

Tiene cojones volver al blog así, ¿no? Por fortuna no tengo la presión de la fama o de la obligación. Hago esto porque quiero, no me preocupa en absoluto gustar o no gustar, que se entienda o no se entienda, sólo escribo lo que quiero escribir.

La música seguía su curso, ahora con un saxo desbocado. Cierro los ojos y veo el paisaje mecánico. Agarro a ciegas la sábana y me tapo con todos los fantasmas. Me aseguro de estar a suficiente distancia del cabecero para que no roce la corona de neopreno. Me giro, como si algún trozo de la almohada fuera a estar más frío que el de al lado, más frío que yo. Vaya si se fue el verano.

El caso es que no estoy totalmente seguro de estar escribiendo lo que quiero escribir. Cabe la posibilidad de estar soltando las letras que necesito soltar, sin que medie una voluntad consciente.

Vuelvo a hacerme una paja, como si quisiera llorar por el pene lo que no me sale de los ojos, como si quisiera sacarme los demonios a través del placer, como si estuviera desesperado por dormir, como si quisiera hacérmela.

¿Quién escribe esto realmente? ¿Tú, yo, vosotros? ¿Qué saben las mentes de los pequeños rayos que las dominan? ¿Qué saben los dedos que surcan el teclado de quién les da la orden? ¿Qué saben las teclas de quién las pulsa? ¿Qué saben los átomos del cuerpo?

En el estómago tantos litros de cerveza como de horrible fritanga y claro, la guerra es inevitable. Me cago de miedo y de muchas cosas más. Empuño el rifle decidido, pero no disparo. Apunto al enemigo, pero no disparo. Amo al enemigo, pero no disparo.

No sé si quiero escribir más. Quizás mañana. La música sigue. El pensamiento sigue. Pero no disparo.