jueves, 25 de febrero de 2010

Crónicas de un hombre que ha perdido

Parecía que nunca iban a dejar de perseguirnos, que nunca se iba a acabar tampoco el camino de hielo por el que sus pisadas sepultaban las nuestras, parecía como si hubiéramos alcanzado la eternidad y estuviésemos condenados a ser siempre carroña que espera que un buitre se la coma. Antes el silencio y ahora el metálico estruendo de una selva mezclada con goma, que se mueve detrás de nosotros, como una marabunta recién salida del hormiguero, devorando a su paso esas pequeñas gotas de rocío que llueven para los insectos de forma letal, amedrentando a la luz del sol que ya tímidamente se atreve a colarse entre las hojas, pero de repente, vuelve el silencio, como una esfera que nos rodea, todo queda mudo, ya no hay galopes en la línea del horizonte, no hay luciérnagas de acero alumbrando nuestro camino, no hay nuevos surcos en el barro que labraron nuestros pies.

¿Es esto la muerte? No lo sé cariño, pero es magnífico estar los tres solos. ¿Los tres? Sí, tú, yo y la densa niebla oscura del silencio. Tenemos que salir de aquí. ¿Salir de dónde? De aquí, de este castillo de soledad. ¿De verdad te sientes sola? Sí. Entonces creo que pinto poco aquí. “Y dicho esto, me fui para no volver jamás, hubo mucho más silencio, pero nunca pude darle las sonrisas que reservaba para ella, ya caducaron los besos que le guardé y prescribieron las lágrimas que por ella lloré”.

Me vi obligado a volver la vista atrás cuando la fría y huesuda mano del tiempo me tocó el hombro. Ni siquiera él podría decir que te eché de menos durante las pascuas en las que solías volver a mis brazos, tampoco la luna sabrá decir que te eché de menos a ti en días de nuestras abuelas, ni a ti también sentada en el sitio de sentarse, ni siquiera la hoz con la que has sesgado tú, la última, en dos trozos mi motor, tendrá el valor de decirte que te amo. Mi diario crece, pero no mis noches, nunca fui buen agricultor de plantas de temporada, quiero que me espere el norte, mientras gasto las luces del sur, pero hago trampas y ni mi mente ni mi polla me dejan jugar limpio, mientras que vosotras movéis hilos a vuestro gusto y me ponéis el maquillaje de payaso para reíros a gusto en la función, pero cuando el trapecista cae fuera de la red nadie se ríe excepto él, que ya observa desde otro sitio. He perdido las alas tantas veces que me las he soldado a las vértebras y ya no me acuerdo de cómo se vuela. ¿Querréis ayudarme antes de que me cacen en el suelo?

Me gustaría poder contaros que estas no son en realidad las crónicas de un hombre que ha ido perdiendo poco a poco, todo, pero me temo que no es así, que siempre he sido el mismo tipo sincero al que las ratas le comían las entrañas, ese chaval que se mordió la lengua tantas veces para salvar el orgullo de otros, que se comió su propio orgullo en un pastel adornado con su lengua, el mismo al que ya ningún pegamento podría pegar y al que nadie querría perder el tiempo en restaurarle, no obstante, si es verdad que llevas aunque sea un segundo observándome atenta, seguiré esperándote, vengas tú misma o mandes otro tentempié que me arregle y luego me destroce con más fuerza.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya tengo blog, putaza, no sé si esta es la mejor forma de entrar en contacto así por el cyberespacio pero es la más fácil. Ya aprenderé a ponerlo bonito y eso, supongo.