miércoles, 30 de marzo de 2011

La Odisea (milésima parte)

Todo ha comenzado en el punto en el que he visto en tus ojos una esfera blanca en cada pupila y dentro de ella una imagen como vista a través de la mirilla de una puerta. Era una silueta en negro, más alargada de lo que es en realidad, cuando me he dado cuenta de que esa silueta era yo, he sentido la necesidad de irme y así lo he hecho.

Mi camino ha comenzado cerca del gran horno, pasando por en frente de la enorme muralla que nos separa de los ricos y nos acerca a sus carruajes, hasta hay recipientes a los pies de este muro para recoger la mierda de sus caballos, pero ahora debían estar vacíandolos. A esto le ha seguido una funeraria temporal, el taller de un inventor diabólico y por último, la tienda del buhonero donde las plantas dan frutos de caramelo.

Continué decidido hacia mi destino y me topé con la posada donde los caminantes derrumbados aguardan alguien que les lleve a casa plácidamente. Me concentré para no detenerme allí, pero un anciano me sacó de mi ensimismamiento preguntando por la posada Foro Griego, ni idea, no suelo fijarme en los nombres de las posadas. Seguí avanzando hasta superar el Paso del Cabaret, con sus estandartes y su foso. Llegué a la puerta del boticario tras pasar por la garita del alistador oficial (alístate y verás mundo, decían), me detuve y olfateé el aire cargado de especias.

Un caballero negro se aproxima altanero, el trote de su caballo y la erguida pose del mancebo que lo cabalga me asquean, sucios orgullosos. Ahora viene el mejor punto de todo el viaje, una biblioteca de cosas raras, abandonada ya hace tiempo bajo la falsa promesa de una mejora imposible, qué viejos recuerdos, qué reliquias me aguardan en casa que salieron de allí, qué tiempos aquellos. Adelante, una posada que ahora que me fijo es por la que preguntaba el anciano, debo estar senil; al otro lado la modernidad que invade el antiguo camino. El cadáver de un monstruo alado aguarda pisoteado en el suelo. Están llegado bienes a la posada, pero no entiendo por qué están tan envueltos. Qué caos, de repente un carro surge de la pared, casi me mata, huyo, un anciano me impide el paso y he de hacer piruetas para no matarnos. Ya más calmado miro al edificio añejo de enfrente, me da pena que tuvieran que irse de allí todas esas madres con sus hijos aunque nunca las conocí.

Tomaré el atajo de siempre, pero hoy lo tomo con gusto. Cuanta gente besándose de repente, ¿se acerca el fin del mundo? ¿Qué hay de nuevo, vieja? Dos gitanos tratan de venderle un perro pulgoso a un viejo, el viejo mira sus dientes, aconsejo no comprar, el viejo compra. La placita de los vendedores de muertos, sus ataúdes compartidos, un caminito lleno de tabernas, un centro de sabiduria, otro atajo, la casa de los cartógrafos, alquimistas y por fin llego a Ítaca.

- ¡Hola mamilu!

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