Es la tercera vez esta semana que sueño que mato a
Carlos Sobera. Con un tiro justo entre las cejas y diciéndole, segundos antes
de apretar el gatillo, con el cañón bien apretado contra su frente: ¡Presenta
esto hijo de puta! ¡Presenta este programa con tu carisma y tus cejas de
mierda! ¿Sabes cómo se llama? ¿No? Pues se llama “Pégale un tiro a un
presentador de mierda y fóllale la boca a Martina Klein hasta que vomite en un
anuncio”, así se llama, hijo de puta.
No es que me preocupe en exceso soñar que mato a
Sobera, de hecho quizás no me importaría, lo que pasa es que no entiendo por
qué a él, ni por qué así, ni por qué lo de Martina Klein, no sé si Sobera tiene
mujer e hijos, pero Martina sí y no está bien hacerle esas cosas a una madre en
la tele, bueno, ni en ningún sitio a no ser que seas su marido y te lo
consienta o ella se dedique al porno. En cualquier caso, divagaciones y
conjeturas ético-morales aparte, es rallante soñar tres veces con el mismo
sueño exacto, hasta el más mínimo detalle. La señora gorda que suelta el
abanico en cuanto me ve entrar con la pistola, el joven cámara becario que no
sabe si grabarlo todo o intentar pararme, el técnico de sonido que con los
nervios pincha un politono de Juan Magán a toda hostia… Joder, es que hasta la
banda sonora del sueño es chunga y rallante. Y luego salgo tan tranquilo a
fumarme un cigarro de una marca extraña. En las letras junto al filtro pone
“MRDL”, en el momento del sueño me quedo intrigado sin saber qué demonios son
esas siglas, pero ahora pienso que igual quieren decir “Manuel Ruiz De Lopera”,
cuadraría mucho con la atmósfera del sueño y además tuve una época en la que
soñaba que Finidi me enseñaba a bailar tango. ¿Qué me pasa en la cabeza? ¿Por
qué sueño estas mierdas? Calderón de la Barca era el de “La Vida es Sueño”,
¿no? Pues ese cabrón nunca soñó con pegarle un tiro a un presentador al que un
país entero adora, al menos no lo soñó antes de escribir lo de “y los sueños,
sueños son.”
El caso es
que ahora cada vez que veo a Sobera presentando algo o a Martina Klein
anunciando algo en un descanso de algo que presenta Sobera, no puedo evitar
sentir un leve hormigueo por todo mi cuerpo, arquear una ceja y apuntar a la
tele usando mi mano como arma. ¡Pam, pam, pam! Y todo reventado. Cago en Dios
que sí. Menudo gustazo, que tranquilidad luego, no volver a oír esa risa
estridente, no volver a ver esas cejas tan inquietantes bailar sobre la frente
de ese tío, no saber ya más de la familia de la Klein, no tomarme un chupito
cada vez que anuncia algo… Al fin la libertad. Sin embargo, tras ese instante
de éxtasis y ligereza interior, algo se nubla dentro de mí. Comienzo a sentirme
mal, desorientado, confuso y el estómago, antes inundado de mariposas que
batían sus alas en un esfuerzo por hacerme flotar, ahora parece esforzarse en
digerir sus cadáveres aún aleteantes. Menuda revoltura. Ni siquiera fumo, pero
para estos momentos siempre tengo una cajetilla a mano y me veo obligado a
fumarme un cigarrillo. Nunca miro las letras, me da como miedo. Es que si te
das cuenta es como si reviviera el sueño de alguna manera.
Estoy empezando a obsesionarme. Ayer fui a comprar
el pan y a la vuelta me encontré con mi vecina del tercero, se le cayó el abanico
y puso cara de terror. Yo no sabía qué había pasado e instintivamente miré bajo
mi brazo y lo entendí todo, el pan que había comprado era una pistola y estaba
apuntando directamente a la cara de mi vecina. Para salir del paso le ofrecí el
cuscurro recién hecho con la mejor de mis sonrisas. Todo arreglado, pero qué
susto. Seguí recorriendo el corto camino que separa la multitienda de mi casa y
cuando estaba a unos escasos veinticinco metros del portal me encuentro con que
hay dos chavales haciendo unas entrevistas con una cámara y un micro. Se me
acercan y de muy malas maneras les mando a tomar por culo, pero el cámara
intenta que me pare mientras sigue grabándome. Esto es de locos. Llego al
portal y un coche está intentando aparcar en mi calle, lleva las ventanillas
bajadas y suena Juan Magán a un volumen como para eclipsar una rave, ¿qué coño
pasa con el mundo hoy? Abro la puerta y entro en casa por fin, pero oigo unos
ruidos raros. Como un gorjeo horrible. Viene del salón. Empuño bien firme la
barra de pan y me decido a entrar dándole una patada a la puerta. No te vas a
creer lo que vi: Martina Klein estaba de pie con un strap-on, un arnés de esos
con un pene de plástico, y le estaba follando la boca a Carlos Sobera de la
manera más brutal que puedas imaginar, mientras él vomitaba sobre mi alfombra.
Me puse a gritarles muchísimo, hasta les pegué patadas, empujones y puños. Al
final resulta que todo era parte del rodaje de un nuevo spot de Martina que
promocionaba el nuevo concurso de Sobera y por rodarlo en mi casa a mí me daban
tres mil euros limpios de impuestos, así que de puta madre.
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